Biblioteca en el oasis

Una biblioteca en el oasis 154 O’Connor son casi siempre seres portadores de un nido de áspides que se revuelve furioso, cuando siente la caricia de una posible redención. Algunas llegan a vislumbrar, entre las llamas de delirio y perversidad en que se calcinan, esa acción benéfica providencial; otras le dan la espalda, sucumbiendo a la desesperación como ángeles caídos que sienten una nostalgia primigenia del Bien, pero acaban rechazando la mano salvífica que se les tiende. O sea, como ocurre en la vida misma. Con frecuencia, los cuentos de Flannery O’Connor adoptan un humor grotesco. Las pasiones más atormentadas se funden en chirriante amalgama, como llamas que devoran a los hom- bres con su beso calcinado. La locura, el crimen, la brutalidad más desatada parecen haber tomado posesión de estos atribu- lados personajes; pero, entre los resquicios de ese magma de egoísmo y perversión, se cuela una luz que les permite vislum- brar la promesa de la liberación. Muchos no aciertan a atrapar ese vislumbre, pero siquiera en el instante en que alcanzan a adivinarlo, sienten que una inexplicable paz se derrama sobre ellos. Ambientados invariablemente en el sur de los Estados Unidos, y muy en concreto en su Georgia natal, diríase que el paisaje se funde con el paisanaje, alumbrando criaturas con fre- cuencia taradas –asesinos desquiciados, falsos profetas, ancianos delirantes, niños malvados–, corroídas por una culpa primitiva, que se enviscan y atormentan entre sí, que se aman con tor- tuosidad y se devoran con piadoso ensañamiento, errando en pos de esa gracia huidiza que un día avistaron. Flannery O’Connor, descendiente de colonos irlandeses instalados en el Sur protestante, halló en su hábitat biográfico el territorio idóneo para exponer sus preocupaciones morales: ese universo azotado por las supersticiones, estragado por las

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